Un hervidor de agua dice mucho de las personas. Lentamente buye la electricidad moviendo el agua y sus partículas desde las profundidades. Acumula calor y más calor. La acumulación estalla, el agua rompe, dentro de sí misma hay partículas que se separan, como un tejido quebrándose, se evaporan. Hay personas que funcionan igual.
El cuerpo parece querer sacarse algo de dentro, como el agua cuando hierve. Supura enfado y luego tristeza. Un día, la presión aumenta hasta hacerle convulsionar, como la tapa de una olla. El lenguaje, que no ha cobrado forma, se empieza a acumular en un punto del estómago y empieza a pesar como un puñado de piedras. Las piedras que no se pueden nombrar, curvan el cuerpo, que se pliega sobre sí mismo, y el aire empieza a pasar con dificultad entre ellas. (¿Puede uno purgarse sin nadie que lo escuche?) El agua empieza a subir entre las piedras para poder sacarlas de ese agujero negro que habita en el estómago, suben por el cuerpo como una corriente de agua en la desembocadura pequeña de un río, desborda por los ojos, por la nariz. Pero solo se diluyen, las piedras, cuando hay alguien de frente que también puede verlas.
Convertirse en persona autónoma es un proceso, yo pienso. Uno no nace así y tampoco se convierte en autónomo cuando firma una nómina, paga facturas y se embaraza. No nací independiente, en una especie de huevo cósmico ajeno al calor y a las inclemencias del mundo. A ser autónomo te ayudan otros, lo que no deja ser una imagen irónica y un círculo armónico precioso. (¿Se puede estar tan solo que uno no se escucha ni a sí mismo?). Todo apunta a que la metáfora del árbol caído somos nosotros.
Hablar en primer persona todavía es una tarea que tengo pendiente. Adueñarme de mi voz, usar la palabra para darme forma. Ahora que he vuelto a visitar el pasado me sorprende cómo los recuerdos que no tengo presentes los guardo dentro de mí aunque no los vea. Forman cada una de las vetas de este árbol que crece, que soy yo. Lo que te enseñaron sin querer, día tras día, es una huella imborrable a la que solo se le puede añadir más y más historia que la contrarreste. Mucho de lo que se sedimenta no viene de lo dicho, sino de lo que se repetía sin decir. De lo que se afianzaba en la cotidianidad y que casi nunca se decía con palabras.
Contra lo aprendido, solo cabe sumar otros relatos. El pasado nunca puede desaparecer. Se llena de evidencia contraria en el presente. Aprender a escoger mejores ojos, mejores oídos, forma parte del trabajo. Poco a poco me abro paso, me doy permiso para hablar, ser escuchada. En ese proceso hay personas que desaparecen. A pesar del inmenso dolor, hay que dejarlas ir, como a las malezas. En este proceso de poda, un día escogí a alguien que me vio distinto. Una amiga me sostuvo, me dio su mano en un día gris, me dio cobijo, le enseñé la herida, la tocó un poco, me dejé caer en sus brazos. Me dedicó su día, lo sentí irreal. La soledad se hizo un poco más pequeña. Y yo –yo, esa figura extraña, a veces informe– irónicamente, me hice un poco más fuerte.
Andrea he sentido una profunda tristeza y alegría a partes iguales al leer tu reflexión. Gracias por compartir de una forma tan bonita y genuina lo vivido, con esa mezcla de pudor y valentía que acompaña los verdaderos procesos de transformación. Habitar lo cotidiano con más conciencia nos acercara a una vida más liviana, más honesta, más nuestra.
Muy interesante 😃. Lo incluimos en el diario 📰 de Substack en español?